LUCIAN FREUD, El Maestro y Monstruo del retrato en el Thyssen-Bornemisza

«Nuevas perspectivas», es así como se titula la magnífica exposición del maestro del retrato contemporáneo Lucian Freud (1922-2011) con motivo del centenario de su nacimiento.

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y la National Gallery de Londres presentan una exposición retrospectiva que reúne más de medio centenar de obras en la que el Museo Thyssen anima a evitar los capítulos más oscuros de su vida y a centrarse en la intimidad de sus retratos.

La exposición abarca toda una vida de trabajo, trazando una línea de tiempo en su evolución, de cómo fue cambiando su pintura durante 70 años de práctica, desde sus primeras obras mas íntimas hasta sus famosos lienzos de gran escala y sus monumentales desnudos.

Freud, desde un principio tomó partido por el arte figurativo centrándose en la representación del ser humano. El autorretrato, el retrato y el desnudo constituyeron el eje principal de su producción artística. Tradicionalmente su obra se ha vinculado a la denominada Escuela de Londres, surgida de un grupo de pintores figurativos afincados en la capital británica (en la década de 1950), como Francis Bacon, Frank Auerbach, Leon Kossoff o Michael Andrews, que se caracterizaban por la creación de obras figurativas con un fuerte componente emocional. Muchos de sus autores se centraron en la figura humana, el retrato y la representación de la carne, indagando en sus tonalidades, texturas, volumen y estructura.

Nacido en Berlín, llegó a Gran Bretaña cuando era niño con su familia en 1932 huyendo del nacismo.

En su juventud, el ambiente familiar le proporcionó una considerable y variada cultura: su padre era un arquitecto de renombre, su madre estudió historia del arte y su abuelo fue Sigmund Freud, el célebre creador del psicoanálisis. En su edad madura, el artista llegó a convertirse en una leyenda, debido a su trepidante vida personal, que se desarrolló tanto en ambientes aristocráticos como en los bajos fondos

La muestra que emociona desde el principio, se divide en varias secciones que, de forma más o menos cronológica, repasan la evolución y la temática de siete décadas de la producción del pintor: Llegar a ser Freud, dedicada a sus primeras obras, con una decidida voluntad figurativa; Primeros retratos, en los que se manifiesta ya su deseo de capturar la esencia de sus modelos; Intimidad, que muestra su predilección por retratar a personas de su entorno; Poder, donde se incluyen retratos de personajes destacados que el artista acepta realizar siempre que acaten sus condiciones de trabajo; El estudio, su espacio de creación convertido en escenario de sus composiciones, y La carne, con los últimos retratos desnudos de una fisicidad tan poco complaciente que pueden resultar impúdicos.

Autorretrato con Jacinto en maceta, 1948

Una de sus primeras obras, en ese momento su pintura se caracterizaba por una técnica controlada. La línea era la fuerza de su estilo, la que delimitaba las formas y contenía los colores, su pincelada era detallista en armonía con los elementos compositivos aportando serenidad a la temática con tendencia hacia lo surrealista. 

Muchacha con rosas, 1947-1948

La primera esposa de Freud, la artista Kathleen (Kitty) Garman, hija ilegítima del escultor Jacop Epnstein, posa sentada con una solemnidad expresiva e inquietante cercana a la Nueva Objetividad alemana. La modelo de ojos enormes y piel nacarada, está ejecutada con impecable minuciosidad, apreciamos el preciso puntillismo en las rayas verdes de su jersey, los finos trazos en cada mechón de pelo o la exactitud realista en la mácula mano.

Habitación de hotel, 1954. Lucian Freud

Esta turbadora escena en el Hotel La Lousiane de Paris representa el inevitable final de la tensa relación de Freud con su segunda esposa, la escritora Caroline Blackwood.

El pintor junto a la ventana, a contraluz, contempla melancólico a la joven afligida, con un gesto de ansiedad que se estremece en la cama, iluminada por una brillante luz. La traumática ruptura desencadena una crisis en Freud y su estilo evoluciona hacia una factura más suelta.

Freud realizó sus autorretratos usando un espejo, su mirada era siempre de confrontación pero en su largo recorrido pictórico irá quemando etapas, sus retratos irán adquiriendo una atmósfera de aislamiento en el dibujo para darle más protagonismo a la pintura. Esto se hace más evidente en sus posteriores trabajos, por los colores intensos y de fondo vacío. Su pincelada se hace más pastosa, más vital hasta convertirse en trazos matéricos gestuales y expresivos generando un acercamiento a la figura humana y su naturaleza.

Autorretrato (Fragmento), 1956. Óleo sobre lienzo. 61 x 61 cm.
Francis Bacon, 1956 – 1957. Oleo y carboncillo sobre lienzo.

En 1945, a través del pintor Graham Sutherland, Freud conoce a Bacon a quien admiraba, era la persona «más salvaje y sabía» que había conocido, su estilo impetuoso influye en su evolución hacia una pincelada más empastada, su pintura se vuelve más visceral acrecentando su reputación como pintor; asimismo la ansiedad de sus retratos precedentes da paso a una expresión más serena. En este retrato inacabado descubrimos su nueva forma de trabajar a base de sucesivos empastes de pintura, aplicados desde el centro hacia los extremos con una paleta muy definida de ocres marrones y rosas y que se mantendrá en su obra posterior.

Lucian Freud y Francis Bacon mantuvieron una relación de amistad del amor al odio, emergido de la bohemia del Soho bombardeado y de las selectas cenas de la nobleza londinense que asistían habitualmente los dos artistas, ambos esclavos de la carne (del retrato del desnudo) en una era herida por la pálida abstracción, fueron prácticamente inseparables durante gran parte de los años 50 y 60. “Francis me abrió los ojos de alguna manera”, dijo Freud, “Su trabajo me impresionó, pero su personalidad me perturbó más”.

«Doble retrato», 1985 – 1986. Oleo sobre lienzo

“¿Qué le pido a la pintura? Le pido que asombre, perturbe, seduzca, convenza”, decía el artista.

Sus modelos solían ser sus mujeres enamoradas, sus hijos, su madre, sus amigos millonarios, ninguno de ellos supieron  mantener la mirada de su inquisitivo escrutinio plástico, sometidos como esclavos durante horas interminables bajo su aguileña mirada depredadora.  

Si se observan bien los cuadros de Lucian Freud. Nuevas perspectivas, al espectador le inquietará el escarpelo psicológico del pintor con el que extraía el dolor oculto de lo vivido, la herida silenciosa del presente de un instante entre la realidad y el cuadro, la llama de las pupilas a punto de extinguirse. Una fragilidad que a duras penas sus modelos, mujeres y hombres podían salvaguardar, se encontraban allí temblando mancillados y desposeídos.

Muchacha desnuda, 1966. Oleo sobre lienzo

Último retrato de 1976, Oleo sobre lienzo.

Esto mismo se puede ver en el cuadro  Último retrato de 1976, donde la mujer angustiada y compungida, a punto de romperse el cansancio de sus pupilas, baja sus pesados párpados intentando esconder la cicatriz del sufrimiento en sus ojeras, transmitiendo ambas la inescrutable profundidad de sus emociones y su deseo de que se termine la autopsia de su desasosiego. Pasa igualmente en el retrato de John Minton de 1952, definido por sus ojos ahogados en la tristeza, huidizos del conflicto que desembocó muy poco después en su suicido.

Dos irlandeses en W11 , 1984 – 1985. Oleo sobre lienzo.

A Lucian Freud le gustaba mostrar las huellas que cada modelo procuraba guardar como su privacidad. En  Dos irlandeses en W11, donde insiste en su afán de expresar que lo de fuera es lo dentro, a través del encuadre del padre que busca aislarse en una posición que refleja decepción y frialdad contenida, mientras el hijo simula una falsa seguridad al apoyar la mano en el sillón del padre a la vez que esconde la otra entre la espalda y su chaqueta; no sabe ni encuentra abrigo para la orfandad emocional de sus pupilas. La tensa incomodidad afectiva es patente.

Estas obras siguen la tradición de los retratos de poder de Rubens o Velázquez, con los modelos sentados con las manos apoyadas en los brazos de la silla o sillón y una actitud de introspección. Hombre en una silla (Barón H.H. Thyssen-Bornemisza), de 1985, y Dos irlandeses en W11 (1984-1985) son dos de los magníficos ejemplos reunidos en la sala.

A medida que crece su fama, en contadas ocasiones Freud acepta encargos de personajes que le merecían respeto o admiración. Previamente debían aceptar sus severas condiciones sobre la forma de posar o la duración de las sesiones, siempre en su estudio.

«Utilizo a las personas para inventar mis cuadros con ellas, y trabajo con más libertad cuando están ahí”

Freud pintaba siempre del natural y prefería retratar a su entorno más próximo, amantes, amigos y familiares, para poder actuar con mayor libertad. Su habilidad para evocar en sus pinturas una intimidad no erótica, como la naturalidad del desnudo en la amistad o el afecto paterno, ha sido escasamente investigada. Esa intimidad queda reflejada sobre todo en sus retratos dobles, como el de su amigo el pintor Michael Andrews y su mujer June (1965-1966), el de sus hijas Bella y Esther (1987-1988) o el de Dos hombres, de la pareja de artistas Angus Cook y Cerith Wyn Evans.

La vigorosa representación de la carne en el lienzo es quizá el elemento más destacado y repetido en la larga carrera de Lucian Freud. Comienza a pintar desnudos en los años 1960, pero es sobre todo en las últimas décadas cuando sus retratos de Leigh Bowery y Sue Tilley le convirtieron en pionero de la representación de cuerpos no normativos con gruesos empastes, como sedimentos del paso del tiempo, y esa última época es la que se aprecia en la última sala.

Retrato de lebrel, 2011. Oleo sobre lienzo. . Foto: Andrea Comas

La última sala dedicada a la carne. La exposición se cierra con un grupo de retratos de desnudos monumentales, y quizás la mas impactante, donde Freud se muestra mas despiadado, abandona esa intimidad tierna que tenían sus desnudos de las décadas 60 y 70, sometiendo a sus modelos con posturas casi obscenas, en los que contemplamos una profunda observación de la vulnerabilidad del cuerpo y la plasticidad de la carne como pintura. “Quiero que la pintura actúe como si fuera carne”, manifestaba el artista en 1982, un lema en consonancia con la carnalidad matérica de sus rostros y cuerpos y con su habilidad para pintar la textura de las carnaciones.

Asimismo, decía que, la intención de captar la más recóndita esencia personal de cada uno, consistía no sólo en pintar la carnalidad humana, la temperatura de sus cuerpos o la fuerza de la sangre que corre debajo del empaste, lo que él perseguía era únicamente un expresionismo real del retrato. Sus desnudos eran la expresión total de la vida y sus circunstancias, de las aspiraciones y las inseguridades, de las heridas, de la madurez y la vejez.  Freud retrataba la edad con toda su cruda desnudez

Video de la Exposición «Lucian Freud. Nuevas perspectivas»

Ir a la National Gallery, es “como ir al médico en busca de ayuda” confesó en una ocasión. Una reveladora afirmación que dice mucho del fuerte compromiso y atracción que el pintor sentía por el arte. 

Obsesionado a lo largo de toda su carrera por representar el cuerpo humano y retratar al hombre contemporáneo, el pintor británico comentó en una ocasión que a la pintura le pedía que asombrase, perturbase, sedujese y convenciera. Un reto ambicioso y nada fácil que Freud fue capaz de conseguir a través de lienzos transgresores e incisivos con los que expresar una realidad que siempre aspiró a intensificar y con los que buscaba mostrar su personal reflexión meta-artística.

Autorretrato «Reflejo», 2002. Oleo sobre lienzo

Exposición organizada por el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y la National Gallery de Londres.

«Lucian Freud. Nuevas perspectivas»

Comisarios: Paloma Alarcó y Daniel F. Herrmann

Del 14 de febrero al 18 de junio de 2023

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Editado por Espacio y Contenido.

Fuentes: Museo Thyssen-Bornemisza, National Gallery of London, Avenue, Financial Times, The Guardian, Pac.

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