Griselda Ferrández nos muestra una visión pictórica muy personal del paisaje urbano. La luz, la intensidad cromática y la fuerza expresiva de sus contrastes caracterizan su obra.
Su pintura es narrativa, la artista catalana refleja la vida diaria de la ciudad con todo su contenido y movimiento; escaparates, coches, bicicletas, graffitings, reclamos publicitarios ocupan sus calles. La publicidad casi siempre presente en sus paisajes, se manifiesta en grandes rótulos o en las bolsas que portan sus personajes, los anagramas corporativos pueblan la ciudad. Griselda Ferrández nos retrata con mucha sutileza la cotidianidad y tal vez ese conformismo que se respira por ejemplo al cruzar un paso de cebra, o el detenerse ante un escaparate para ver no sé qué mientra se espera.
La ciudad es el recorrer diario, es la espera, el ver pasar, es el encuentro, un paseo en bicicleta. Es su percepción de las vistas urbanas, plasmada con una magistral técnica y con toda la intensidad cromática de los paisajes de su contemporaneidad.
Pero hay otra línea expresiva que desarrolla la artista, y esas dos formas de expresión conviven en su estudio, la otra es una pintura diferente, rica en materia y sentimientos, una obra que no tiene nada que ver con la representación fiel de la realidad o de la naturaleza, ya que va más allá de la apariencia; es intima y simbólica, aquí Griselda Ferrández nos pinta su paisaje interior y meditado a través de la materia, empleando arenas, polvo de marfil o aplicando a modo de collage trozos de papel rescatados del tiempo, del mismo modo utiliza cuerdas, para coser o enlazar la materia con los elementos, aportando así un significado atemporal y alegórico a su composición. Es su otra forma de concebir la pintura.
Judith Cuba
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